¡Aquí… Cosquín, capital del folklore!


Por tradición y por historia, el Festival Nacional de Folklore de Cosquín es el más importante del país. Más allá de la transmisión televisiva, en sus calles, en los patios de las casas y en el río se respira y vive la verdadera esencia de la canción y la poesía popular.

> por Federico "Poni" Rossi

Es sábado. Son casi las ocho de la noche. Las taquillas son las primeras testigos de las largas colas de espectadores que, desde los rincones más recónditos del país, se perfilan a conseguir entradas para ver a sus artistas favoritos. Las peñas, desde hace ya días que están instaladas en Cosquín recibiendo a todos y todas. Las calles, las esquinas, las plazas, los campings, el río se han poblado de músicos, poetas, cantores, parejas de baile o simples amantes del folklore. Desde la plaza Próspero Molina ya se oyen los primeros versos del Himno a Cosquín: “Hoy es el día del canto va a comenzar la cosecha. Una cosecha de coplas que en nueve noches se siembra. Apaga el fuego río cantor, que es una hoguera mi corazón”. El cielo estalla en un sinfín de fuegos artificiales. El locutor del festival ya lo anuncia: ¡Aquí… Cosquín, capital nacional del folklore! Todo está listo para que -como cada año desde 1961- el pueblo se acerque a la fiesta que durará nueve lunas.
Pero el festival no es solo lo que pasa en la plaza Próspero Molina, y en su escenario “Atahualpa Yupanqui”, sino que es un todo conformado por diversas actividades que suceden en aquella ciudad durante las semanas de festival. Cada rincón de la villa cordobesa suena a zamba, a chacarera, a huayno. Durante las últimas semanas de enero, miles de familias, de jóvenes, de artistas se concentran en aquella pequeña ciudad ubicada en el corazón del valle de Punilla y la convierten en la capital del folklore. Cada rincón coscoíno se convierte en testigo permanente de guitarreadas y bailes que de manera espontánea se conforman para reafirmar aquello que dijo el periodista Marcelo Simón de que “el folklore tiene ya gránulos de vida que es muy difícil que se puedan extinguir”.

Así comenzó todo (un poco de historia)
A principios de la década del 50 Cosquín vio interrumpido el flujo de ingresos que percibía por el movimiento permanente de enfermos de tuberculosis, que por el microclima de aquella región se convirtió en una zona terapéutica. Aquellos enfermos eran en su mayoría de familias adineradas y para costearse percibían dinero que les enviaban sus familiares. Estos eran la fuente permanente de ingresos para la ciudad. En 1950 se descubrió la penicilina y se dio fin a la aquella terapia. Desde entonces Cosquín sufrió 10 años de decadencia económica.
Para frenar esta mala racha, a fines de 1960, el entonces intendente, convocó a las instituciones para organizar los festejos de la Semana de Cosquín, y así reflotar el destino turístico. Alguien entonces propuso postergarla hasta la última semana de enero de 1961. Nació así la idea del primer festival folklórico. Pocas semanas después se constituyó una comisión para organizar el evento al que designaron como la “semana folklórica” con el nombre de “Festival Nacional de Folklore”. Fue entonces que el 21 de enero de 1961, sobre la misma ruta Nº 38, a la altura de la plaza San Martín, comenzó la primera edición, que contó con figuras como Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Aníbal Sampayo, Los Chalchaleros y Horacio Guarany, entre otros, iniciándose así el más ambicioso proyecto cultural del valle de Punilla.
Estos artistas junto a todos los que han tenido la posibilidad de subir al escenario “Atahualpa Yupanqui”, además de los presentadores, técnicos, periodistas y el público que llena la plaza Próspero Molina fueron, son y serán los protagonistas de un acontecimiento que desde hace ya 53 años se ha instalado como el mayor festival de Latinoamérica, uno de los más importantes del mundo y el más importante encuentro cultural que tiene la Argentina. Tal es así que hablar de la historia de Cosquín es también hablar de la historia del folklore.

El contexto
En los años 60, el folklore tuvo su etapa más prolífica como género musical. Músicos, poetas, cantores y bailarines se hacían eco y se convertían en protagonistas de una época que marcó a la música de la tierra para siempre: el denominado “boom del folklore”. El Festival Nacional no fue ajeno a esto. Durante los primeros años, las características vanguardistas del evento en cuestión hicieron que su escenario sirviese de tribuna poética para aquellos que tenían algo que decir.
Marcelo Simón, el actual maestro de ceremonias del Festival Nacional, fue testigo privilegiado de estos acontecimientos, ya que desde 1963 hasta la fecha participó de muchos de ellos. Él afirma que “ese boom fue producto de las proscripciones que había. Si algo te lo prohíben mucho, como la fruta prohibida de la leyenda cristiana, debe ser que es rico eso, porque no fue sólo del folklore. Pero el folklore pegó un empujón fuertísimo. Yo creo que son causalidades, pero también hubo un boom del revisionismo histórico: apareció la revista ‘Todo es historia’. Yo la vi nacer, con Félix Luna. Aparecieron estos poetas que escribían de otra manera. El folklore de Salta era aburridísimo antes de Jaime Dávalos, digamos para dar un nombre. Cosa muy linda, pero mucho pintoresquismo, mucho cerro, mucha trenza de mi morena, de mi cholita. Estos tipos aparecieron porque había necesidad de que aparecieran, yo creo, como siempre ocurre en la historia del mundo. Yo creo que las proscripciones que estos burros –sobre todo eran burros, eran brutos estos tipos– generaron tuvieron mucho que ver con esta proclividad a embellecer la vida, a pensar el ella, a escribir sobre ella, a ver al hombre, a terminar con las locuras…”. (Ver entrevista a Marcelo Simón: “Hay muchos tipos que confunden el folklore con la patria”).
Si bien el “boom” fue producto de las proscripciones ejercidas por la dictadura de Onganía, como bien lo dice Simón, también es verdad que aquellas dieron cauce, sin quererlo, a que aparecieran infinidad de poetas, músicos y cantores que vieron la necesidad de expresar una canción con contenido, que dijera algo más que algún elogio del paisaje. Atahualpa Yupanqui, el más emblemático cultor del folklore argentino, fue uno de los referentes indiscutidos de estos artistas, que vieron en su trabajo el reflejo incipiente de lo que luego se denominaría el “Nuevo Cancionero”.
El cantautor César Isella lo confirma a Mascaró: “La primera historia es Atahualpa Yupanqui que ha traído la poesía más contundente y más hermosa que era la voz del hombre del interior y también sus quejas y su apoyo y su poesía social”.
Pero no todo comenzó en Cosquín, “después en Salta ocurrió, antes que el Nuevo Cancionero, un movimiento maravilloso regenteado por el maestro Eduardo Falú, el Cuchi Leguizamón, Manuel J. Castilla, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, y eso ocurrió en los 50, así que el Nuevo Cancionero era una propuesta, de la que yo aplaudía y participaba, de Armando Tejada Gómez, Tito Francia, Oscar Matus y Mercedes Sosa que, no solamente era el tema social”, continúa Isella. Para el compositor de Canción con Todos, “eran temas políticos, convengamos. Ellos eran militantes de partidos políticos, por lo tanto es bien amable discutirlo porque es una continuación de lo que venía ocurriendo con el movimiento de Salta y con Yupanqui, y aparte, los fundamentos del Nuevo Cancionero era el ‘Martín Fierro’, José Hernández: `Acostúmbrese a cantar cosas de fundamento´”.

El festival que no se ve en la tele
Cosquín es mucho más de lo que ocurre en el Festival Mayor. Uno puede pasarse las horas casi sin dormir presenciando la gran diversidad de espectáculos que se dan cita en dicha ciudad. Desde las 10 de la mañana, y hasta el atardecer, los balnearios comienzan con sus programaciones artísticas, donde todos los músicos tienen su espacio para poder actuar. Durante la tarde también suceden una cantidad de espectáculos callejeros que luego algunos de ellos son premiados por la Comisión Municipal de Folklore. A las 20 y hasta altas horas de la madrugada se da la programación del Festival Mayor. En paralelo a esto, las peñas ofrecen un sinfín de programas alternativos en donde los espectadores pueden tener un contacto mucho más cercano con sus artistas y conocer las nuevas propuestas musicales. Además se lleva a cabo la Feria Nacional de Artesanos, el Encuentro de Poetas con la Gente y varias actividades más. A partir de las 5, horario en que amanece, los patios se llenan de público apetente de guitarreadas. Al otro día la vuelta comienza otra vez.
Don César Isella, quien en 2012 se retiró del festival, cuenta que lo más lindo que le pasó en Cosquín “fue pasar por la terminal de ómnibus y ver la cantidad de jóvenes que van de todas las provincias, inclusive de países latinoamericanos, con sus guitarritas, su charanguito, su quenita, sus ganas de bailar, y lo hacen en las esquinas de Cosquín. Ese es el espíritu que hay que salvar de Cosquín: lo espontáneo, lo bello, el que ama lo que hacen en cualquier esquina del festival, inclusive en el río. Cosquín ha sido un inicio maravilloso para concentrar el fervor provinciano, las manifestaciones artísticas de los cantores, de los compositores, de los poetas, la danza que es tan bella. Eso es el festival, familias muy humildes que se van con su autito, su camionetita, muy muy destartalada, se llevan un colchoncito, llevan una parrillita, la ponen en el cordón de la cuadra y se hacen un asadito ahí, mosquetean y escuchan el festival, ven pasar a sus artistas: eso es amor al festival”. Ese es “el mejor festival” según Isella y según los que se quedan en la plaza y en las calles cuando la transmisión televisiva terminó y los que quedan de público ya no se preocupan por levantar a cada rato las pancartas y parasoles con sus apellidos y el nombre de su pueblo. Todos ellos, jóvenes en su mayoría, son la garantía de que Cosquín seguirá siendo un reservorio cultural de tradición y transformación.

# Entrevista publicada en la edición digital de la revista Mascaró de febrero de 2014

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